viernes, 25 de diciembre de 2009

portavoz

Todo se puede construir de un momento a otro. El arte, lo que volcamos, refleja, vomita lo que llevamos dentro.

Demostrar, eso es crear, y ocurre cuando sin miedo alguno se coloca el alma a la altura de las circunstancias para realizar (volver real) la pureza inmaculada guardada por dentro, tras el pecho.

Entonces toma envión el viento y nos toma a nosotros, a nuestro cuerpo, como portavoces de lo cierto, transmisores de lo bueno, reflejos de lo bello. Todo eso lo somos, podemos serlo, lo seremos. De alguna manera u otra me parece imposible escaparle a la voluntad que lo ha resuelto. Portavoces atados al cielo por lazos de hierro, ojos abiertos y un deber de ser: compartirlo con el resto.

Se deriva de ello entonces estar atados también al cuerpo, por volver a desatar las vendas de los ciegos. Pero ojo, porque el portavoz no ha deseado serlo, si bien lo siente, lo sabe, el no ha querido nunca serlo. Es justamente eso lo que lo ha sentado aquí: el portavoz sólo desea servir. No quiere ser nadie, nadie importante, no desea ser reconocido, no lucha por elevarse pisando cabezas, ha soltado sus lanzas para darse por vencido antes de cada batalla. Por eso no lucha por razones y honores sin sentido. El portavoz no desea enseñar, sabe que no puede hacerlo, que muy escaso es lo que sabe, y por eso ocupa sus fuerzas en lo que considera importante: aprender. Jamás, léase bien, jamás busca refutar, jamás desea ser mas, y creo que tampoco menos, más bien se me ocurre que lo que le preocupa en realidad es simplemente ser, de ahí que desee aprender de todo cuanto tenga la gracia de cruzarse frente a su andar. Para él todos tienen algo que enseñarle, es un niño en esplendor, abierto de manos y corazón para nutrirse de cada minúscula sensación, de cada palabra compartida. Pero es adulto también y juzga sin miedos ni represión con la sinceridad en elevadísima expresión, juzga buscando lo verdadero, como quien ha pedido un bocado de comida por estar hambriento y con ansias desea tragar lo que le es compartido, servido, sino fuera porque al colocárselo de verdad en la boca y masticar resultase que no es comida sino sedante, no es consejo sino veneno aquello que, a veces inconscientemente, los demás desean que se trague.

Es el portavoz, por excelencia, el único hambriento genuino de la sociedad entera, pues su hambre desesperada es una herida sangrante, una llaga al sol del mediodía, un darse cuenta constante de que lo esencial de la vida no ha sido almorzado sino en sus primeros días.

No desea ser nadie. Sólo desea ser, quiere nutrirse del mundo, se da cuenta de la inmensa y magna belleza en qué consiste estar vivo e intenta descubrir como un niño el esplendor y los secretos que la oportunidad de ser libre llamada vida le ha brindado. Por eso no lucha por estar más arriba de los demás. Por eso no lanza, no ataca, abraza.

Por último, no busca fuegos perdidos, ser el que era cuando todo lo veía, vanagloriarse de haber sido el Rey de los vivos. Sólo le sirve intentar ser Rey de sí mismo, no desear dominar, sino servir. Y si cae, recuperar el honor perdido, mirar hacia arriba y señalarle a los vecinos sus rutas de vuelo sólo lo llevará a frustrarse, por rebelarse así la potencia absoluta de la ceguera y porque no es vanagloriándose como se llega a prender el fuego.

El Portavoz NO es autor, y su conexión simbiótica esencial con la línea de equilibrio universal natural, se da cuando abandona de una vez las ganas de pelear, de disputar, para vivir libre de ataduras humanas (egoísmo, orgullo, maldad) y encontrar en cada ocasión no una oportunidad de demostrar, sino de recibir, no una cabeza para pisar, sino una luz para iluminar, una verdad para descubrir.

No hay comentarios: