martes, 13 de octubre de 2009

Crear

Tengo ganas de afirmar que no es necesario saber algo sobre algo o todo sobre nada para animarse a manifestar, a compartir unas palabras...

¿Resulta caro a la necesidad vagabundear por la poesía innecesaria? Si, lo resulta, pero realmente carece de importancia por que nos pasamos el día fijando sentido a los discursos gratuitos que regalamos casi sin pensarlo. ¿Que tendrá de malo entonces ofrecerle al mercado del compartimiento linguistico-simbólico un proyecto de subjetividades y sentimientos descontextualizados?

Crear es un acto imaginativo por definición del ser, por necesario útil, por exelencia elevado. Crear es no saber qué decir hasta estar diciendo algo que de verdad vale la pena ser dicho. Crear es despojarse del saber por que sí, de los supuestos sobre lo que somos o sobre lo que es, para construirnos nosotros mismos. Crear es lanzarse al mar con la barca del querer ser, empujado por el viento mágico que lleva las almas al puerto de las escencias...

Querer crear, es considerar como importantes a los demás, sentirlos como obreros de vuestra propia verdad. Es creer en ellos, en su capacidad de cambiarnos la vida, en entenderlos a sí mismos, aprender que ellos también deben y pueden crear a la vez.
Querer crear es un acto desegizado, es cuestionarse, es plantear, dejar de aceptar y comenzar a vivir realizándonos, volver el pensamiento real. Sin más, es sentir.

Crear es no tener miedo a no tener nada para decir, y decirlo.
Crear es el hecho mismo de la libertad.

martes, 6 de octubre de 2009

Todos deberíamos deber

Quien sabe porque, quien sabe que, tal vez quizá unas monedas, un abrazo, un querer. Quien no adeude nada con sus pares, la bolsa vacía de camisas compartidas cuelga en el perchero de la soledad todos sus logros inicuos que nunca fueron más que pensados por su solo cerebro.

Por eso conviene hacerse cargo del rol activo que la vida nos exige, decirle “si, aquí yo, ¿a quién le pago primero?”, y en todo caso si la depresión es nuestro abogado no se dude mas y llámese a convocatoria de acreedores con excusa de cumpleaños o algún otro convite y convide con su sinceridad plena, diga pues toda aquella verdad que se ha ido guardando quien sabe para qué, pero que de seguro, es mejor quitarlas de la percha y ofrecer devolverlas a quienes corresponden, pues las verdades privadas nos pertenecen pero son comunistas sus consecuencias, y quien pretenda elaborar ciencia a partir del egoísmo centralizado que implica la competencia por construir el orgullo más alto tan solo llega un día a darse cuenta cual callejón sin salida que todo aquello que en la vida ha ganado sólo pesa unos pocos gramos en la balanza de la belleza.

Insisto, todos deberíamos deber, o por lo menos, darnos cuenta. De que hay algo que nos trasciende, de que el desafío es preocuparse por los otros atletas que corren a nuestro lado, más que sólo estudiar el estado de nuestras piernas. Son de verdad, de realidad certera, de profundidad oceánica, las cartas documento que nos llegan todo el año a la puerta del corazón reclamando nuestro dar (quizá no obligatorio, no, quizá un insignificante abl sentimental que olvidamos pagar), porque al fin de cuentas lo que el balance cierra aquel día que nos tiramos a descansar son aquellos momentos que supimos compartir para los demás, ellos recordarán nuestra firmeza contributiva y transparencia financiera, pero por sobre todas las cosas, recordarán cómo fuimos capaces de olvidar las furtivas pero flexibles leyes de la moral imperativa para quitarnos la corbata, desabrocharnos la camisa, arremangarnos las mangas y entregar a quienes más llaman a nuestro apagado celular todos los días lo más hermoso y gratuito que podamos tener: un poco de vida, un apoyo para la erguida, un aliento para caminar.

Cuidado con no caer en las mentirosas redes del deber ser, que para quien tiene suelo bajo los pies, sólo sirve vestido de horizonte: inalcanzable. Y cuidado también con esa peligrosa movida de esperar a que muevan los demás, a situar nuestro comienzo en corazones ajenos, a reclamar que los impuestos los paguen los otros primero, o a que el estado decrete un blanqueo. Quien tenga ganas de convertirse en el ciudadano modelo sabe muy bien que ese estado se apoya en la voluntad de sus manos, en la grandeza de sus dedos, y no necesita ansiar la oportunidad de que llegue el día en que la AFIP Sentimental proporcione la difícil realidad de decir de una vez y con la mismísima cara que vistamos en ese momento de qué forma monumental ignoramos sus cartas documento y no pagamos un centavo de cariño extra, gratuito, creyendo acaso que no vale nada… ¿Es eso lo que somos?

Que no, por supuesto, firmemente sabemos en aquel punto interior donde la propia sinceridad produce ardor que el todo (el mismísimo destino) de este país perpendicular a nuestro recto y desencaminado andar nace y cobra sentido en las dependencias sucursales que guardamos tras el ombligo, y hoy hasta tenemos la posibilidad de responsabilizarnos orgullosos sin salir a ningún lado, tan solo cliqueando un mouse… ¿No es esta la prueba más sincera que nos brinda la existencia de la multimillonaria cuenta que guardamos en el Banco Mundial del Dar, con residencia en lo esencial de nuestro ser?

¡Deje entonces de buscar allí donde sólo ganan los trajes que visten de carne solamente, y encuentre lo suficiente para pagarle a veinte FMIs por las cuentas del Sur entero en el grandioso gesto de abrir el pecho!.