martes, 14 de diciembre de 2010

Guarda, que en cualquier momento nos vamos

Con la muerte del tío, mí tío, comenzé un período de reflexiones sobre la muerte.
Específicamente, me empecé a cuestionar aquella parte de la muerte que tiene que ver con el más acá, dejando de lado la cuestión trascendental. Si, pensé a la vida en función de la muerte. ¡Qué novedad! ¡Descubriste América! Y sí, debo admitir que el período de mi vida que va desde la mitad de mis 22 hasta los 23 fue mi viaje de abstracción y mi embarque hacia lo desconocido. Podría decir que al llegar a los 23, descubrí finalmente el continente, viendo por fin la conclusión de mis razonamientos, las islas caribeñas de mis cuestionamientos: La muerte no avisará cuando llegue.
De un momento a otro, estaré muerto. Nació en mí así un sentimiento de emergencia, de inmediatez, totalmente desconocido. Me di cuenta que de un momento a otro, uno se muere, y todo lo que deja en vida es todo lo que fue hasta el momento. Todo lo que uno fue, es lo que deja. Porque si algún consuelo tenemos nosotros, seres pensantes, es que después de la muerte vamos a seguir existiendo. En el corazón de los demás, en el recuerdo colectivo, en un metal que tenga nuestro nombre inscripto… Eso es exactamente lo que nos deja tranquilos y posibilita que proyectemos una vida plácida en el tiempo, con etapas medio improvisadas, medio preconcebidas, con metas y objetivos… Es decir, sabemos que vamos a seguir existiendo y gracias a ello planeamos tranquilos llegar a viejos. Si hay un sentimiento aterrante, es morir sin que a nadie se le mueva un pelo, sabiendo que somos ya olvido. Eso, equivale casi a no haber nacido.
El asunto es: ¿Qué pasa si no llegamos a viejos? Porque más allá de no creo que al llegar a los 93 años pueda decir tranquilo: “Esto es todo lo que tenía para decir, ya estoy listo”, el problema, el nudo de la cuestión es qué pasa si la muerte me asaltara hoy. Lo que yo haya sido hasta el momento en que dé mi último suspiro, será todo lo que yo haya dicho. Y yo no sé si todo lo que yo fui, todo lo que yo hice o dejé de hacer era exactamente lo que quería decir. Realmente, hay muchas cosas a las que me aboqué en este último tiempo que ni siquiera se acercan a lo que quiero decir.
Por eso, y como ya he dicho lo que considero importante, lo que creo que debe de ser dicho para que nos despertemos, dejo una fórmula capaz de transmitir el menester sentimiento de urgencia, el necesario ruido de despertador que ejerce sobre el alma, y la convocatoria a tomar acción para no desperdiciar un solo segundo de vida: Hay que hacer lo que hay que hacer, porque en cualquier momento nos vamos.


PD: y buen viaje, tío querido. Vos dijiste mucho de lo que debe ser dicho, con tus propias manos.

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