miércoles, 23 de septiembre de 2009

Introspección Aguda

Hay que me tiene preocupado desde hace bastante, que me tiene atormentado... ¿Atormentado? Si, me llueve en la cabeza con truenos y relámpagos, moja todo mi cuerpo por dentro, y hace que el viento cuando sople, me brinde el frío mas profundo que pueda llegar a sentir.

De lo que estoy hablando no es más que la tibia actividad de llevar a la cabeza la constante e ininterrumpida empresa de pensar, pensar y pensar. Pero no sólo eso, no hablo de pensarlo todo, quiero decir el pensar reflexivo cuyo sujeto, fin y objetivo es el ethos propio de uno mismo. Así, no se logra otra cosa que diluir el principio de actividad en pasajes largos que a ninguna parte han de llevar, no se logra otra cosa que quitarle leña a la espontaneidad, para dejarla apagar...

Y lo que pasa cuando es todo lo que pasa por nuestro anti-impulsivo móvil de acción reflexivo es que ni siquiera se encuentra el sentido, pues sus señales aparecen cuando camina uno el camino, no cuando se sienta a pensarlo.

Al fin y al cabo, la cuestión de la que intento hablar, dejar algo, no es otra que la eterna contradicción entre teoría y práctica, entre pensar y hacer. ¿Cómo se resuelve esto en el ser? Caminando primero, ya que en este caso nos encontramos sentados en el suelo, y luego, realizando cada paso del camino en las intenciones guardadas en nuestro destino. ¿Que es realizar? Volver real. Quitar de la nube de sinsentido todo aquello que vivimos, inscribirlo en nosotros, en lo que somos. Pero como la dialéctica requiere dos, la reflexión debe cumplir su parte, debe volverse real también, tiene que ser dicha, debe ser vivida.

El equilibrio es un punto muy dificil de lograr, pero para ello brindo una pista: el valor siempre es relativo.

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