lunes, 31 de agosto de 2009

Quererte

Dejame quererte, así como estás. Yo no te pido nada, no te pido que me quieras, que me extrañes, o que me devuelvas todas las horas que pienso en vos. Dejame quererte que funciono así, si me querés, mejor; entonces, querámonos.

¿Está mal acaso dejar fluir el amanecer en la acuarela de un lienzo blanco? Aún no se pinta nada, aún no escribo equilibrado, pero se me canta decir que te quiero, y lo canto. ¿Asusta, acaso, a los más firmes cánones del manual del Enamorado? ¡Pero si yo no sé esperar ni al 60 para tomar cualquier ramal! Cara insuficiencia mental, que me cuesta la actividad espontánea de querer ser ya, sin llegar a serlo nunca. ¿Rompo con esto el cristal de una escalera cuyo eje es el tiempo? Pues más me gustaría romper con el hecho mismo de subir hasta tu cielo, o que subas hasta el mío, propongo mejor que cada uno vaya por las suyas, y allí arriba nos encontremos. Pero en el medio, nos queremos.

Sospechan las guardianes neuronas de mi cruel propia sinceridad que el móvil de la acción verbal objeto de este curso literal es justamente la acción de construir la escalera, no de romperla. Y que sea, que sea lo que quiera, yo seré lo quiera. Empiezo a pensar que descubrirlo todo no lleva a nada. Que quererte no tiene más vueltas que una línea franca, suave, y sincera.

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