viernes, 5 de diciembre de 2008

El Oponente


Aqui va el primero. Me gustaria que me escriban que les dejó, si es que les deja algo!

Hoy no tengo nada que decir… y eso, empero, dice mucho. Ni más ni menos es la evidencia de que mi guardia está bajando las defensas. Me estoy dejando golpear, y poco a poco, dejo de tirar golpes; es que ya no veo al enemigo, o al cátcher, es acaso que ya no veo nada y me cansé de dispararle a un blanco transparente, que de momento desaparece.


Lo que no se puede ver complica los actos, y si se dejan pasar días en piloto automático se vuelve peligroso para la salud. Es que cuando lo ves, es tan fácil batir al oponente, o estudiar cómo hacerlo, pero las más de las veces su presencia en el cuadrilátero es una suposición incierta, tán solo un acierto a la certeza que no se resigna a la idea que reza que desde hace tiempo no haces más que golpear al viento.

Así uno se empieza a cansar, y yo me canso, por que se que está, pero no se de que lado…


Uno piensa que con tamaña ventaja el muy astuto golpearía hasta nockear. Pero no. Se mantiene a un lado, y cuando uno corre por el cuadrilátero para encontrarlo tirando golpes, el no hace mas que esquivarte sin tocarte. Golpea mas fuerte manteniéndose al margen, dejándole a uno la hoja entera para terminar desesperado corriendo en círculos como un auténtico tarado. Pero no loco. Debes tener la capacidad para reconocer, para transmitir a los demás, que el oponente no existe y que no existió jamás. Aunque sepas que lo viste, si es que lograste abrir los ojos para ver de otra forma, eso no importa, ya no es relevante en sí la existencia del objeto de discusión, si lo viste, o si no.


Hay un quilómetro en que las cosas dejan de importar, y aquellos que supimos ser para plantarnos los doce rounds son solo sospechas de estupidez. Pero a pesar de todo, uno se encuentra aún allí siendo todavía, sentado en el cuadrilátero sin dejar de llorar. Es entonces cuando piensa lo valioso que es respirar aún, sin importar las circunstancias ni sus consecuencias. Es el momento en que uno se abraza férreamente y cree reencontrarse con aquel ser mismo que nunca debió dejar de ser. Abraza y recorre con los guantes fríos su cuerpo, aún más frío, porque lo que quiso ser, ante el fracaso, se vuelve contra él. Aquella adrenalina tan esencial se vuelve sólo transpiración fría. Ya está muy lejos uno, si no es que inconmensurablemente lejos, de pensar, de recordar si efectivamente alguien acompaño sus días en el round o si no. Simplemente, deja uno los guantes sobre el piso y mientras pega la vuelta les ofrece una última mirada de reojo, como si hubiesen sido ellos el verdadero enemigo. Camina hacia un costado, abre las cuerdas, y se retira.


¿Existe real y tangiblemente el oponente? ¿Es invisible? ¿Importa, acaso, es que viene al caso suponer que esta, creer que esta, saber que esta?
Hay tantos oponentes como causas vista la ocasión. Siendo así, ¿Qué matiz oculta en su escencia lo vuelve transparente, abstracto, metafórico e incluso, inexistente?

Existe, convencionalmente, una diferencia entre abrir la puerta y que ya esté abierta, entre ver al oponente y la ceguera, o lo que es lo mismo, su transparencia. Es esto lo que el boxeador debe recordar antes de abandonar por completo lo que en caso de irse sería su última oportunidad perdida, y en caso de quedarse, nada, absolutamente nada. En el round, todo termina donde él termina. En su mente, todo empieza donde él termina. A veces, mirar no es ver. Y si los ojos no pueden mirar al oponente, entonces el alma lo ve. Lo define.

El resto concluye por la arbitrariedad absoluta de la voluntad.

javi


1 comentario:

k dijo...

Tu texto es muy personal, pero rescato la voluntad de expresarte, quizás deberías volcar lo que te pasa en canciones no?